The Colour Room y cómo enseñar contando historias

Tenemos meses planeando escribir de The Colour Room porque tiene todos los elementos que la hacen una película para ver y comentar más de una vez.

Pero aquí el foco será profesional. Porque de su mirada feminista preferimos ocuparnos en @Mujerdepalabra.

Versión original publicada en Factory Pyme

No sólo cuenta con algunos de mis actores – ingleses – favoritos y esa producción impecable que caracteriza a ese cine. Son muchos los elementos que hacen de esta producción una historia de cátedra.
The Colour Room tiene el encanto del cambio de época en los principios del siglo XX, así como la ventaja de que la historia es real y, los personajes, históricos.
Es mucho lo que podemos (y deberíamos escribir) de esta película pues la mujer que está en el centro de la historia pelea una batalla que, todavía, está vigente.
No obstante, esa batalla personal y de género merece otro espacio, así como el discreto manejo de una historia de amor por demás escandalosa. Y hermosa.
Prometemos que será en Mujerdepalabra, tanto el blog como el podcast, el espacio en el que abordamos los aspectos más cálidos y personales.
Aquí tomamos lo ya publicado para recordar que cualquier historia puede ser educativa y relevante sin dejar de ser amena.
Sin imporar si es un libro, una película o una serie. A veces, hasta una foto.
Es lo que nos enseña Deborah Harkness al dejarnos entrar al mundo de la investigación sobre la alquimia.
Contar historias es la manera más antigua conocida de enseñar. Aprovechar este recurso es el desafío de nuestro tiempo.

La obrera rebelde

The Colour Room

Resulta perturbador – por decir lo menos – darnos cuenta que, un siglo más tarde, una historia similar a la de Clarice Cliff bien puede estar ocurriendo en otra parte. En otra industria.
Pensemos el mundo de la tecnología, en el de la cinematografía (lo dicen en TODAS las entregas de premios) o en la producción de automóviles. Y, sin duda, es asi.
No resulta tan evidente, sin embargo, un hecho remarcanble: lo mucho que ha avanzado nuestro conocimiento del marketing y del funcionamiento del mercado.
Especialmente en lo que se refiere a reconocer la importancia de saber a quién va dirigido nuestro producto: nuestro buyer person.
No: no es el objetivo y, mucho menos, la intención de la película darnos una clase de mercadeo con todos los elementos de cómo pueden perderse oportunidades de negocio por un error en los canales de distribución.
O, simplemente, por no ser capaces de identificar a quién debemos llegar.
Sólo así podremos encontrar el cómo, el cuándo y el dónde de nuestra mezcla de mercadeo exitosa.
Pero todo eso está en The Colour Room si usted se fija – ni siquiera – con mucha atención.

Todo que ganar y nada que perder

Más allá de los encantos de color (que no de diálogo, aunque algunos son memorables) de la historia pequeña y personal, es muy importante ver las enseñanzas que The Colour Room le ofrece a empresarios, en general, y emprendedores en particular.
Sí: Clarice Cliff revolucionó toda una industria y un mercado. Sí, brindó oportunidades a un grupo de mujeres que, de cualquier otra forma, habrían sido despedidas e ignoradas.

The Colour Room

Y sí, por supuesto, se convirtió merecidamente y al mismo tiempo en un icono del feminismo al trascender, además, como una de las más grandes diseñadoras Art Deco en los años 20s y 30s. Más aún en los 60s.
Pero hablemos de negocios:

  • Logró que se reconociera a las mujeres como «consumidoras» de productos
  • Y, por tanto, en sujetos a quienes dirigir un mensaje de venta
  • Cambió los canales de acceso y aproximación de toda una industria al redefinir su buyer person
  • Según nos indica la cinta, vendió más de 8 millones de piezas de cerámica

Habría que añadir como anécdota el logro de que, pese a elaborar un producto disruptivo y no tradicional, logró que incluso la Reina (consorte) de Inglaterra tuviera dos de sus colecciones.
No es poca cosa, especialmente se recordamos que todo ello se consiguió no en un momento de crecimiento económico sino, por el contrario, en el periodo de recesion de la guerra.

Errores mortales

A lo largo de toda la trama vemos las dificultades de superar a la competencia, mantener la competitividad, resguardar el prestigio de nuestra marca pero, sobre todo, la necesidad de renovarnos. De innovar.
La película nos muestra también como el claustro es un estado mental más que un lugar y que permanecer mucho tiempo en él nos impide ver los caminos para crecer y encontrar nuevos mercados.
Finalmente, The Colour Room nos enseña que los empresarios y emprendedores deben estar atentos a los cambios casi de época que pueden resultar imperceptibles.
Esto último puede ser de vida o muerte. Identificar cómo está cambiando nuestro mercado o, peor, NO HACERLO es un error que puede llevarnos a la quiebra. Más temprano que tarde.

The Colour Room

Fue precisamente la inminencia de la debacle lo que hizo tan desesperada la situación que los amos y señores de la empresa se permitieron arriesgarse a los audaces planes de Cliff.

Es un momento interesante cuando el personaje encarnado por Matthew Goode se da cuenta de que la estrategia ha captado la atención de la prensa local.
El actor tiene el mérito de mostrarnos en un destello de sus ojos y un (leve) gesto que cambia toda la expresión de su rostro como pasa de la preocupación al hallazgo.
La lección de Mercadeo, entonces, no demora horas sino minutos. Y se da en medio de actuaciones memorables.
Buena elección para iniciar la semana.

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